Los toltecas eran un pueblo nómada que vivió en el valle de México hace más de diez siglos.
En lengua náhuatl, su nombre significa ‘maestros constructores’, y hace referencia a su habilidad para aprender el arte de otras culturas.
Hacia el siglo VIII, los toltecas emigraron desde el norte del actual México y, doscientos años más tarde, fundaron la ciudad de Tula, una de las más importantes de la antigua Mesoamérica
Según la mitología tolteca, Quetzalcóatl vivió en Tula.
A este legendario monarca, que había adoptado el nombre de un dios, se le atribuye la revisión del calendario y la introducción de la metalurgia (el trabajo de los metales), sobre todo con oro, plata y cobre.
Por todo esto, el término tolteca se usa para definir a una persona refinada y culta.
El templo de la Estrella Matutina es la obra arquitectónica más importante que nos ha legado la cultura tolteca.
Se compone de tres construcciones fundamentales: el coatepantli, o ‘muro de las serpientes’; el tzompantli, ‘altar de cráneos’, y las colosales figuras de los atlantes.
El coatepantli o ‘muro de las serpientes’ es una construcción que rodeaba parte de la pirámide central.
Está rematada en su parte más alta por unos motivos decorativos en forma de G, que nos recuerdan la forma de una caracola marina cortada por la mitad, símbolo de Quetzalcóatl.
En este muro se encuentra, además, un relieve que representa una serie de serpientes persiguiendo y devorando esqueletos humanos.
A pesar del refinamiento cultural del que antes hablamos, la cultura tolteca tenía un marcado gusto por lo macabro, por lo relacionado con la muerte.
Los toltecas realizaban sacrificios humanos rituales, y los cráneos de los sacrificados se guardaban en un depósito especial, llamado tzompantli.
Toda la decoración exterior de ese depósito representa calaveras y esqueletos humanos, siempre con ese marcado carácter macabro.
Dentro del gran templo de la Estrella Matutina se encuentra también el más importante ejemplo de escultura tolteca.
Se trata de unas figuras de 4,6 metros de alto, los atlantes, que sujetaban el techo de una gran sala.
Esas figuras representaban al dios Quetzalcóatl, que, según la mitología tolteca, era el guerrero que precedía al Sol y que ahuyentaba a las estrellas para que estas dieran paso al día.
Estos guerreros llevan en el pecho la figura de una mariposa estilizada, que simboliza, siempre según la mitología tolteca, el alma de los guerreros muertos.
En la cabeza portan un tocado que imita plumas y piedras preciosas.
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